En el clímax de la revuelta se habrían visto envueltos en ella hasta 300 000 campesinos. En Wúrtemberg, por ejemplo, cerca del 70 % de los hombres capaces de portar armas se unieron a la rebelión, que prendió desde Alsacia en el oeste hasta Salzburgo en el este, a través del Tirol, y desde los Alpes suizos en el sur al corazón de Turingia en el norte. Puede que hasta 100 000 personas perdieran la vida antes de que la paz fuera restaurada, y el trauma de la Guerra de los Campesinos dejaría una profunda huella tanto en el curso de la Reforma como en la posterior historia de los territorios germanos.
La Guerra de los Campesinos no fue un acontecimiento único, sino una serie de levantamientos locales y regionales que, con la excepción de las agitaciones finales en el Tirol, territorio de los Habsburgo, se concentraron principalmente, más que en los grandes feudos de los príncipes, en las áreas fragmentadas bajo la autoridad de pequeños señores o en los dominios eclesiásticos.
En algunas áreas se unieron a los campesinos vecinos de las ciudades, en otras fueron los mineros los que acrecentaron sus filas, y lo que a la postre dio coherencia y unidad a estos alzamientos fue la formulación del descontento que los había provocado en una serie de artículos con los que tanto campesinos como no campesinos de distintas regiones pudieron identificarse. Estos artículos, a su vez, inspiraron, en cierto modo, diversas visiones de un futuro mejor en las que todos los agravios serían enmendados y el mundo puesto bajo el Derecho divino.
Aun así, el movimiento tuvo una corta vida. Si en la primavera de 1525 las autoridades de muchas de estas áreas se vieron tan intimidadas por las fuerzas campesinas que mostraron su disposición a negociar, unos pocos meses después los ejércitos de los sublevados se derrumbaron ante la arremetida de las superiores fuerzas de los príncipes.
Las raíces de la Guerra de los Campesinos
Las distintas querellas que estallaron en 1525 tenían causas profundas. El resentimiento de los campesinos ante el incremento de la presión ejercida por sus señores llevaba creciendo desde finales del siglo XV. Muchos habían ido exigiendo pagos en especie cada vez más onerosos o un mayor número de corveas, lo que les había permitido sacar provecho del alza de los precios y las oportunidades de mercado de los alimentos, y otros estaban imponiendo controles más estrictos para consolidar su dominio sobre el territorio, transformando vagas agrupaciones de señoríos en regiones homogéneas sobre las que ejercer su autoridad como príncipes. Entre los señores más rapaces, y los que frecuentemente suscitaron más quejas, estaban los terratenientes eclesiásticos, desde abades de monasterios hasta los diferentes príncipes-obispos. Los habitantes de las ciudades y los mineros, por su parte, estaban resentidos por el alza de los precios.
Campesinos y mineros no eran del todo impotentes ante estas fuerzas pues desarrollaron estructuras comunales en los pueblos o “agrupaciones” en las minas con objeto de salvaguardar los derechos comunes, negociar las querellas con los terratenientes o comprometerse en huelgas para asegurarse salarios razonables. Pero se enfrentaban a una implacable presión y su creciente frustración se tornó en violencia. Desde la década de 1470 las rebeliones campesinas se intensificaron en los cantones suizos. En Alsacia y el sur de Alemania los levantamientos esporádicos y localizados comenzaron a ser cada vez más frecuentes desde la década de 1490, cuando los campesinos adoptaron el Bundschuh (calzado de cordones de los agricultores) como símbolo y comenzaron a hablar no ya de restaurar la “benévola ley de antaño” sino de instituir la “ley divina”, que enmendaría las injusticias acometidas por los señores.
Estos descontentos varios alcanzaron su punto de ebullición a comienzos de la década de 1520. La transición de Maximiliano I a Carlos V en 1519 vino acompañada por un sentimiento general de agitación y de cambio esperado, y la expectativa de que pronto pasaría algo comenzó a centrarse en el año 1524. Los astrólogos habían venido prediciendo desde 1499 que un gran diluvio se tragaría el mundo en febrero de ese año, cuando todos los planetas estarían alineados bajo el signo de Piscis, pero según se aproximaba el trascendental momento modificaron su vaticinio, ya que un diluvio violaría la promesa que Dios había hecho a Noé, aunque siguieron convencidos de que tendría lugar un gran desastre. En 1523 se dedicaron no menos de 50 publicaciones a predecir la naturaleza de este cataclismo, algunas de las cuales, de hecho, auguraban una revuelta general del campesinado –posteriormente algunos rebeldes en Alsacia justificarían su conducta declarando que simplemente actuaban según la voluntad de Dios, escrita en las estrellas–.
La religión agudizó la incertidumbre y la inquietud que muchos aseguraban leer en los astros. Para 1523 el movimiento predicador evangélico se había extendido por todo el Imperio y, a pesar de la hostilidad de muchos soberanos, sus nuevas enseñanzas se difundían inexorablemente, primero en los núcleos urbanos y luego en las aldeas, aunque es difícil precisar cómo fue entendido su mensaje. Por un lado, las complejidades de la Teología debían resultar inescrutables para el “hombre común” y, por otra, algunos de los términos y demandas clave hallaron cierto eco en las experiencias propias de la vida aldeana. El sacerdocio de todos los creyentes, la centralidad de la comunidad cristiana y la necesidad de vivir una existencia cristiana bajo las leyes cristianas eran preceptos que el vulgo podía aplicar a sus propias vidas, aunque con frecuencia con una literalidad que los reformadores religiosos no habían previsto.
Tanto Martín Lutero como Ulrico Zuinglio, el pastor de Zúrich cuyos planteamientos teológicos dominaban en el sur de Alemania, sirvieron de inspiración a los rebeldes. Aunque Lutero posteriormente condenaría la rebelión de los campesinos, su previa defensa de la elección comunitaria de los pastores desempeñó un papel clave a la hora de justificar la exigencia de control de muchas comunas sobre sus iglesias y su clero. De igual forma, sus críticas a la vieja Iglesia reforzaron el anticlericalismo de aquellos que rechazaban pagar el diezmo y que se levantaron frente a los señores eclesiásticos y, por otro lado, la crítica a la autoridad eclesiástica, tanto doctrinal como señorial, derivó fácilmente hacia la crítica a toda autoridad. Zuinglio tampoco aprobó la rebelión pero su enseñanza de que el Evangelio debía ser la vara de medir para la reforma de la política y la sociedad proveyó de un armazón para la formulación de prácticamente cualquier relación de reclamaciones.
Prende la mecha
El levantamiento comenzó como una serie de protestas localizadas en el suroeste de Alemania y Suiza. Parece que en 1523 la prédica evangélica dio pie al rechazo del pago del diezmo en las diócesis de Bamberg y Espira. Nuevas huelgas diezmales se extendieron por todo el sur de Alemania en 1524, algunas acompañadas de la negativa a pagar incluso las cargas feudales ordinarias, otras que reclamaban el derecho de la comunidad de elegir a su pastor. A finales de mayo los habitantes de Forchheim, cerca de Núremberg, se rebelaron contra su supuesta explotación a manos del obispo de Bamberg. Sus demandas incluían no solo la libertad de caza y pesca, sino también la abolición de una tasa especial recaudada para la consagración de nuevos obispos (que entre 1501-1522 habían tenido que pagar cuatro veces), la restricción de la jurisdicción de las cortes eclesiásticas en materias civiles y la reducción del diezmo.
La agitación que estalló en el cantón suizo de Turgovia en julio de 1524 estaba más directamente relacionada con cuestiones evangélicas y tras surgir de las masas que asistían a los sermones de Zuinglio, culminó en julio con la destrucción de la cartuja de Ittingen. Las autoridades locales continuaron preocupándose por los estallidos esporádicos de conflictividad social que se produjeron durante los meses siguientes, y su ansiedad fue en aumento cuando las comunidades al sur de la Selva Negra también se vieron perturbadas por protestas campesinas, desde finales de mayo cerca de Staufen, entre los campesinos de Hauenstein del abad de St. Blasien y a finales de junio en el condado de Stühlingen.
En Stühlingen los campesinos se organizaron formalmente en tropas o “agrupaciones” (Haufen), con su bandera, sargentos electos y un antiguo mercenario, Hans Müller de Bulgenbach, como comandante. Pronto los campesinos de muchos de estos fragmentados territorios se encontraban en rebelión, o al menos en disputa con sus señores hasta tal punto que el desorden generalizado parecía tan grande que las autoridades no osaron intervenir, especialmente en vista de que una parte vital de los recursos de los Habsburgo estaban comprometidos en la guerra contra los franceses en Italia. Para finales de año, sin embargo, una vez que los campesinos hubieron alcanzado en mayor o menor medida sus metas, la situación volvió a la calma en casi todas partes.
Los acontecimientos en Stühlingen y la región de la Selva Negra fueron efímeros y aunque presagiaban violencia, actos como el saqueo del monasterio de St. Trudpert, al sur de Friburgo, en diciembre de 1524, fueron la excepción. Las protestas fundamentales fueron contra el régimen feudal, en las que se reclamó la restauración de las “viejas leyes” que les habían sido usurpadas por los señores. Pero en noviembre y diciembre los campesinos comenzaron a justificar sus quejas con referencias al Evangelio, lo que se convertiría en el rasgo distintivo de la nueva serie de alzamientos que iba a tener lugar en la vecina Suabia.
El epicentro se situó en la Alta Suabia, una región salpicada de prominentes fundaciones monásticas y con una larga tradición de conflictividad entre señores y campesinos. Los primeros síntomas de agitación, en Baltringen, en diciembre de 1524, precipitaron la formación de fuerzas campesinas en las regiones circundantes y para febrero más de 40 000 hombres se habían movilizado. A diferencia de los grupos de la Selva Negra del año anterior, estas agrupaciones aspiraban a un tipo de unión más sólida. Las que tenían su base en las tierras del abad de Kempten fueron las primeras en conformarse en una “unión cristiana” dedicada a la prosecución de la justicia de acuerdo con la ley divina que emanaba de la Biblia. Pronto siguió la unión de las tres principales tropas suabas y, a primeros de marzo de 1525, cincuenta de sus representantes se encontraron en Memmingen para acordar una constitución y un programa común.
La elección de Memmingen fue deliberada porque, a finales de 1524 y tras un amargo enfrentamiento con el obispo de Augsburgo acerca de la introducción de las nuevas prédicas, la ciudad había abrazado la reforma casi al completo. Confiado en que los magistrados se inclinarían favorablemente hacia su causa, el líder de los campesinos de Baltringen entró en la ciudad y solicitó su ayuda para listar sus exigencias, dando como resultado los Doce Artículos, que pronto fueron publicados. En dos meses se alcanzarían las 25 ediciones y un total de quizás 25 000 copias impresas, su impacto fue inmenso.
La radicalización del conflicto
Los Doce Artículos asociaban de forma manifiesta las quejas de los campesinos con la causa evangélica. Comenzaban por declarar el derecho de toda comunidad a elegir y cesar a su propio pastor y por limitar el diezmo para el mantenimiento del clero a un impuesto sobre el grano o cultivos similares. Además, dado que el sacrificio de Cristo había hecho libres a todos los hombres, la servidumbre debía ser abolida y, al mismo tiempo, los campesinos se someterían obedientemente a la autoridad legítima. Todos debían tener derecho a cazar, a pescar y a recoger madera en los bosques comunales. Las corveas debían ser moderadas de acuerdo con la Palabra de Dios, con la costumbre y los términos legales que habían fundamentado la obligación originariamente, así como con el valor de la tierra mantenida por el campesino. El derecho consuetudinario debía obligar a los tribunales a limitar los castigos, que presuntamente se habían vuelto arbitrarios y severos debido a la aplicación de los nuevos códigos legales (por ejemplo, el Derecho Romano). Los terrenos y prados comunales que habían sido alienados debían ser restituidos a sus comunidades. Las obligaciones e impuestos por deceso debían ser abolidos, exigían, ya que suponía una carga para los herederos que con frecuencia llevaba a la expropiación de sus tierras. Y, finalmente, el documento declaraba que si cualquier artículo se demostraba contrario a la Palabra de Dios podía ser retirado, así como otros podrían ser añadidos si del Evangelio emanaban nuevos puntos.
Los campesinos declararon que no tenían deseo de recurrir a la violencia, ya que el Evangelio predicaba la paz, el amor, la unidad y la paciencia, pero sus demandas adquirieron un cariz absoluto cuando insistieron en que la vida rural debía ser regulada según la Palabra de Dios. La persistencia en la abolición de la servidumbre implicaba, de hecho, la abolición de toda autoridad local, dado que en las regiones de extrema fragmentación territorial este vínculo se había convertido en uno de los principales instrumentos señoriales y de gobierno.
Los Doce Artículos dieron impulso a la alianza de campesinos e intimidaron a la oposición. Aunque el ejército formado por los príncipes de la zona y comandado por Georg Truchsess von Waldburg hizo algunos progresos iniciales, fue incapaz de alzarse con la victoria y, por consiguiente, el 17 de abril de 1525, lunes de Pascua, Truchsess se vio obligado a pactar el Tratado de Weingarten. Se ofreció a los campesinos un tribunal que fallara sobre sus reclamaciones, al tiempo que estos aceptaban desbandarse y renovar sus juramentos de vasallaje a sus señores. Si bien la mayor parte de los campesinos del lago Constanza cumplió con los términos del tratado, otros grupos decidieron mantener el pulso. No pasó mucho tiempo antes de que volviera a surgir el descontento en el oeste, en la región de la Selva Negra, en Alsacia, en Wúrtemberg y en Rheingau, y poco después tuvo lugar la primera explosión de violencia en el norte, en Franconia, y finalmente en Turingia. Los alzamientos más feroces de Franconia, que prendieron justo cuando el Tratado de Weingarten había traído la paz a la Alta Suabia, pronto se convirtieron en el epicentro del descontento. Los campesinos de la Alta Suabia habían llegado a un acuerdo pacífico con sus señores, por lo que los francones les declararon la guerra. Cuando la tropa de Odenwald-Neckartal capturó la fortaleza de Weinsberg, el 16 de abril, de inmediato masacró a su custodio, el conde Ludwig von Helfenstein, y a sus nobles compañeros.
Por un momento el movimiento de Franconia pareció estar a punto de lograr reformas políticas de calado. Liderados por el noble renegado Götz von Berlichingen, los campesinos lograron ganarse un cierto apoyo por parte de las ciudades y de la baja nobleza, por lo que el elector de Maguncia, el archicanciller del Sacro Imperio, consintió la unión de los campesinos y aceptó los Doce Artículos. Nuevos levantamientos en Fráncfort, Bamberg y Wurzburgo, y al norte en Turingia, así como en los cantones suizos al sur, parecían demostrar el continuo dinamismo del movimiento. Al mismo tiempo surgieron planes para la formación de una suerte de parlamento campesino y de una “reforma” general del Sacro Imperio.
El levantamiento turingio fue el más radical y pronto, aunque sus demandas subyacentes eran las mismas que las de los demás campesinos, asumió un carácter milenarista. Desde mediados de abril una oleada de actos de violencia contra castillos y monasterios azotó la región. Los planes de los predicadores extremistas Heinrich Pfeiffer y Thomas Müntzer dotaron a este relativamente incipiente movimiento rural de una nueva dimensión.
En febrero y marzo desarrollaron una campaña contra el concejo municipal de Mühlhausen, que reemplazaron por un “Consejo Eterno” favorable a su propio programa religioso, tras lo que se dispusieron a proseguir su cruzada fuera de la ciudad. Müntzer, en particular, estaba decidido a no repetir los errores cometidos en otros lugares y en su llamamiento a las gentes de Allstedt de finales de abril los conminó a congregarse para la lucha final. Debían eludir todo tentador tratado y falso consejo y no se hablaría de Dios mientras los tiranos continuaran gobernando. La nueva alianza debía alzarse y destruirlos.
Sin embargo, la balanza comenzó a inclinarse en contra de los rebeldes. Si a principios de abril Lutero había simpatizado con ellos y había criticado la arrogancia de los príncipes, a comienzos de mayo condenó los asesinatos y pillajes de los campesinos. Las autoridades también actuaron con contundencia. El 12 de mayo Georg Truchsess von Waldburg derrotó a los campesinos wurtembergueses en Böblingen, diez días más tarde el duque de Lorena aplastó a los rebeldes alsacianos en Saverne y el 15 de mayo Felipe de Hesse y el duque de Sajonia unieron sus fuerzas para derrotar a Müntzer y a los campesinos turingios en Frankenhausen. Más de 5000 campesinos fueron masacrados y 600 fueron hechos prisioneros. Müntzer fue capturado tras la batalla, entregado al conde de Mansfeld, torturado y finalmente decapitado el 27 de mayo en Mühlhausen.
Para mediados de julio el orden había sido más o menos restaurado en todo el Sacro Imperio, pero los últimos rescoldos de la insurgencia aún arderían en tierras de los Habsburgo. Tras prender en el Tirol en mayo de 1525 bajo el liderazgo de Miguel Gaismair, secretario y recaudador de impuestos del obispo de Bresanona, el motín se extendió al sur hasta Trento y al norte hasta Innsbruck y desarrolló un programa de 96 reclamaciones. Sin embargo, cuando la coalición de malcontentos se expandió para englobar en sus filas a los mineros y jornaleros rurales y urbanos y a los campesinos con tierras, el movimiento pronto comenzó a zozobrar como consecuencia de sus propias contradicciones internas. La publicación de una “Constitución territorial para el condado del Tirol”, que abordaba las quejas populares, socavó sus cimientos, y el intento de Gaismair de incitar una segunda revolución tirolesa en la primavera de 1526 fracasó cuando, a pesar de todos sus esfuerzos, los alzamientos coetáneos en Tirol, Salzburgo, Bresanona, Trento, Grisonia y Coira no convergieron en una revolución alpina. Las revueltas alemanas, austriacas y suizas nunca trascendieron sus raíces locales.
Los frutos de la derrota
La escala y extensión de la agitación que azotó las áreas centrales y meridionales del Imperio entre 1524 y 1526 tomó a todas las autoridades por sorpresa y por un momento las rebeliones resultaron tan apabullantes que toda resistencia parecía fútil. Sin embargo, una vez que los nervios se calmaron y se pudieron concentrar los recursos, los campesinos fueron aplastados en todos y cada uno de los teatros de operaciones.
Las consecuencias para la Reforma fueron profundas. Lutero reconoció que necesitaba el apoyo y la protección de los príncipes, lo que daría como resultado el sistema territorial de la Iglesia luterana alemana. En 1526 la Dieta imperial debatió medidas para criminalizar toda resistencia campesina, pero también discutió la necesidad de reformas y dictó medidas destinadas a mejorar la suerte de los campesinos. Los rebeldes fueron totalmente derrotados, pero lograron mucho a cambio pues el temor a un nuevo alzamiento aseguró una mayor consideración de los soberanos alemanes para con sus súbditos, lo que sería uno de los rasgos característicos de la historia del Sacro Imperio Romano germánico hasta su disolución en 1806.
Bibliografía
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- Whaley, J. (2012): Germany and the Holy Roman Empire. Volume I: Maximilian I to the Peace of Westphalia 1493-1648. Oxford.
- Wilson, P. (2020): El Sacro Imperio Romano Germánico. Mil años de historia de Europa. Madrid: Desperta Ferro Ediciones.
Joachim Whaley es profesor de Historia y Pensamiento alemanes en la Universidad de Cambridge y fellow del Gonville and Caius College. Es autor de Germany and the Holy Roman Empire 1493-1806, 2 volúmenes (Oxford: Oxford University Press, 2012).
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